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UN PERRO NORMAL   (Publicado en El Mundo del Perro – Especial Dobermann - Abril 1997)

A finales de 1996, en un reportaje emitido por una cadena de televisión autonómica que informaba sobre la celebración de la Monográfica del Dobermann en Gavá (Barcelona), llamó mi atención que la entrevistadora preguntara al doctor don José María Buló (presidente del D.C.E.) acerca del carácter de esta raza. Este, sin inmutarse y con una lógica aplastante, le contestó: «El de un perro normal.»

Realmente resulta penoso que el Dobermann sea generalmente objeto de las más encendidas descalificaciones, y que además siempre lo sea por parte de quienes desconocen lo más mínimo de cuanto critican; es más, analizando todo cuanto se ha dicho sobre el Dobermann he llegado a la conclusión de que existe una proporcionalidad directa entre el tamaño del improperio o la formulación de una tontería y la falta de cultura y de experiencia en este sentido de quién la asevera con toda rotundidad.

Quién no ha oído alguna vez la afirmación de que con el tiempo el Dobermann enloquece debido al aumento del tamaño del cerebro en proporción con el tamaño del cráneo, o porque los colmillos le crecen hacia arriba oprimiéndole la cavidad craneal. Estas afirmaciones, a juzgar por su contenido, sonrojarían al propio Darwin al comprobar lo poco que ha evolucionado la raza humana desde que él formulara su Teoría de evolución de las especies.

Sin embargo debemos analizar a fondo lo anteriormente expuesto para encontrar a los verdaderos culpables de la mala información. Alejandro Dumas hijo comentó en una ocasión: «Parece mentira que el hombre, siendo tan inteligente de niño sea tan tonto de adulto; debe ser cosa de la educación.» Pues bien, al filo de la célebre frase anterior se puede afirmar que los culpables de todos estos sin sentidos que hacen del Dobermann un demonio, han sido numerosos medios de comunicación que, desvirtuando los hechos para dotarles de mayor mordacidad y agresividad, para así aumentar sus tiradas o sus índices de audiencia, han aleccionado a quienes no saben discernir entre lo importante y lo accesorio, entre la sabiduría y la torpeza o entre lo científico y lo cotilla.

Quién no leyó la noticia que figuraba en las páginas de sucesos sobre un Dobermann que había matado a una niña seccionándole la yugular mientras jugaban. Lo curioso es que, al ver la fotografía del animal abatido por los tiros del padre de la niña fallecida, la falta de tipicidad morfológica del perro en relación con el estándar del Dobermann era asombrosa. Se trataba de alguno de los numerosos cruces que la gen­te realiza en la que, desgraciadamente, la parte negativa siempre la aporta el Dobermann, y la positiva, la otra raza, sea la que sea. Si en vez de haber sido atacada la niña hubiese sido salvada de morir ahogada, o de morir pasto de las llamas en algún incendio, o no hubiese sido noticia, o no hubiese sido un Dobermann, sino un Pastor Alemán o un Husky (con mi mayor cariño hacia estas razas) el autor de semejante «hazaña». Más penoso todavía resulta el hecho de que desde aquel suceso hayan ocurrido otros muchos en los que los culpables han sido perros (perdón, en realidad sus dueños) de otras razas teniendo que buscar ávidamente entre las esquelas mortuorias o la publicidad de los diarios para apercibirse de que dos Mastines atacaron en Málaga a una niña, o que un Rottweiler dañó gravemente una pierna de su dueño, por citar algún caso más. Existe una historia curiosa acaecida en 1530 cuando el conde de Wiltshire fue enviado al Vaticano para entregar al Papa la petición de la anulación de matrimonio de Enrique VIII y Catalina de Aragón a fin de que el rey pudiera casarse con Ana Bolena. El conde se dirigió a la audiencia acompañado de su perro, y cuando Su Santidad extendió la pierna para que el conde le besara los dedos del pie el perro confundió la acción del Papa y pensó que éste se disponía a patear a su dueño. El perro se abalanzó sobre el pie del Pontífice. Un historiador de la época tildó el acontecimiento de escandaloso y describió el estado del Papa no sólo como de indignación, sino casi de «ira», y si no fuese porque el origen del Dobermann data de 1890, aproximadamente, a buen seguro que la acción del perro en cuestión hubiese sido atribuida a uno de ellos.

La industria cinematográfica que tanto bien ha hecho a razas como el Pastor Alemán, el Collie (pensemos en los casos de «Rintintín», o de «Lassie»), u otras, ha sido la responsable de que otras, como el Dober­mann, se hayan erigido en símbolo de la agresividad. Estas películas sensacionalistas y comerciales, carentes además de un ápice de calidad artística, y que ofrecían una visión demoníaca de nuestra raza, propiciaron una moda que permitió que personas cuyo único fin era el lucro realizasen cruces indiscriminados, de elevada consanguinidad, al azar y sin selección de reproductores que la llevaron a una degeneración que propició una leyenda negra totalmente infundada en la actualidad.

Hoy en día únicamente los incultos y algunos políticos (que presentan menos cultura que los anteriores y que, afortunadamente, sólo se representan a sí mismos) alimentan la llama de esa leyenda negra que, careciendo de fundamento, está resultando costosa de eliminar de la mente popular, aunque poco a poco se va consiguiendo. Para ello el esfuerzo se centra, a través del club de la raza en cada país, en la selección de reproductores, en el control de la cría y en la celebración de test de aptitud para la reproducción, en los que el perro debe mostrar aptitudes tanto morfológicas como referentes a su carácter acordes con el estándar.

En este sentido el estándar es claro respecto a las pretensiones psíquicas del Dobermann: «El estado de ánimo básico del Dobermann es amable, pacífico, muy apegado con la familia, le gustan los niños. Se pide un temperamento y agresividad medios (el perro debe ser capaz de «pensar» antes de actuar). Además se exige un umbral de reacción medio. Aparte de una buena docilidad y ganas de trabajar hay que cuidar el buen rendimiento, el valor y la dureza. El perro debe estar pendiente de todo lo que le rodea adaptándose a ello. Es muy importante la autoconfianza.»

Para completar esta descripción del perro añadiría que necesita estar con su dueño y soporta la soledad con resignación, y que su fidelidad para con todos los miembros de la familia es absoluta, siendo consciente en todo momento del lugar que ocupa en el seno de la misma. Se establece como protector de los que le rodean y le importan, en particular de los más débiles.

Lógicamente una cosa son las aptitudes psicológicas de un perro y otra muy distinta las características psicológicas de éste. Es la diferencia entre la teoría y la realidad, o entre lo posible y lo probable. Las primeras vienen determinadas por la genética y en condiciones normales de desarrollo se darán en el individuo adulto. Las segundas son las determinadas por las condiciones de desarrollo particulares de cada individuo. En ausencia de traumas o malas experiencias, ambas coinciden. Sin embargo pueden existir hechos desagradables durante el desarrollo del cachorro, sobre todo en la etapa de impregnación social que tiene lugar entre los dos y los cuatro meses de edad, que marquen el carácter del ejemplar el resto de su vida. La actividad, el ejercicio diario adecuado, los juegos o el carácter del dueño marcan en general el carácter del perro, máxime teniendo en cuenta que la domesticación produjo en sus orígenes una «permanente manifestación de infantilismo», según describía el famoso etólogo Kónrad Lorenz a mediados del presente siglo. Ásí, pues, resulta determinante en el carácter de un perro el trato que le dé el dueño y el equilibrio que éste sea capaz de transmitirle. Por ello la mejora paulatina de las aptitudes de los dueños de ejemplares de esta raza (amantes de la raza, personas poco agresivas y con ideas muy claras respecto a sus pretensiones, etc.) ha permitido, junto con la labor de los clubs de raza, la mejora de ésta en términos generales.

En cualquier caso, para restar la subjetividad que un amante de la raza como el que escribe estas líneas puede presentar respecto del carácter del Dobermann, podemos afirmar que se ha escrito mucho y bueno sobre el tema, y que grandes personalidades del adiestramiento y de la psicología canina, como Stanley Coren (profesor de psicología de la Universidad de British Columbia y adiestrador del Centro Canino de Vancouver), sitúan el carácter del Dobermann dentro de los de mayor inteligencia, afabilidad o de aptitudes para la obediencia en un análisis de casi 200 razas caninas. También el adiestrador profesional Morton Wilson comentaba en el mismo sentido: «Todos los Dobermanns deberían llamarse "Einstein". En fin, tal vez los estoy elogiando demasiado. Flojean un poco en matemáticas, pero no hay duda de que podrían doctorarse en cualquier otra materia.»

Ya para finalizar, desde aquí animar a aquellos que no pueden disimular su falta de información que no desesperen y lean un poco, que se interesen por las cosas y dejen así de hacer el ridículo. Como un vecino mío, que denunció tiempo atrás el hecho de que mi perro de raza Dobermann, al que siempre llevo sujeto por una correa, lo paseaba sin bozal, dándose la circunstancia de que en la misma calle otros tienen perros sueltos (un Boxer, un Dogo de Burdeos, un Golden Retriever, dos Caniches, un cruce de Caniche, un Cocker y un Gos d'Atura) y no pasa nada.

Al fin y al cabo, después de todas estas reflexiones llegamos a la conclusión de que la culpa no la tiene el Dobermann, no la tiene el perro, sino que la tiene el hombre como ser más inteligente que es. Como decía aquél: «De un perro no debería decirse que es "casi humano". No conozco un insulto más grande para describir a la raza canina.»

LUIS MASSO ANTON